jueves, 26 de mayo de 2011

burguesa

Estaba en la puerta del hotel, encendiendo un ciga- rrillo antes de partir, cuando me tocaron el hombro:
—Ese cuartito me da claustrofobia —me sonrió la camarada Arlette—. Y, además, una no llega todos los días a París, caramba.
Entonces, la reconocí. Había cambiado mucho, por supuesto, sobre todo su manera de hablar, pero seguía manando de toda ella esa picardía que yo recordaba muy bien, algo atrevido, espontáneo y provocador, que se tras- lucía en su postura desafiante, el pechito y la cara adelan- tados, un pie algo atrás, el culito en alto, y una mirada bur- lona que dejaba a su interlocutor sin saber si hablaba en serio o bromeando. Era menuda, de pies y manos peque- ños y unos cabellos, ahora negros en vez de claros, sujetos con una cinta, que le llegaban a los hombros. Y aquella miel oscura en sus pupilas.
Advirtiéndole que lo que íbamos a hacer estaba terminantemente prohibido y que por esto el camarada Jean (Paúl) nos reñiría, la llevé a dar una vuelta por el Panteón, la Sorbona, el Odeón y el Luxemburgo y por fin —¡un dispendio para mi economía!— a almorzar en L’Acropole, un restaurancito griego de la rue de l’An- cienne Comédie. En esas tres horas de conversación me contó, violando las reglas del secretismo revolucionario,
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que había estudiado Letras y Derecho en la Universidad Católica, que llevaba años militando en la clandestina Juventud Comunista y que, al igual que otros camaradas, se había pasado al MIR porque éste era un movimiento revolucionario de verdad y, aquél, un partido escleroti- zado y anacrónico en los tiempos que corrían. Me decía esas cosas de manera algo mecánica, sin mucha convic- ción. Yo le conté mis trajines en busca de trabajo para poder quedarme en París y le dije que ahora tenía pues- tas todas mis esperanzas en un concurso para traductores de español, convocado por la Unesco, que pasaría al día siguiente.
—Cruza los dedos y toca así la mesa tres veces, para que lo apruebes —me dijo la camarada Arlette, muy se- ria, mirándome fijamente.
¿Eran compatibles semejantes supersticiones con la doctrina científica del marxismo-leninismo?, la provoqué. —Para conseguir lo que se quiere, todo vale —me repuso en el acto, muy resuelta. Pero, de inmediato, en- cogiendo los hombros, sonrió—: También rezaré un rosario para que pases el examen, aunque no sea creyen- te. ¿Me denunciarás al partido por supersticiosa? No
creo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

ja.. ese libro. no podes dejar de leer esa historia de amor de mas de 500 paginas de mierda.
Fran