viernes, 30 de julio de 2010

de antaño

Era una noche como la de anoche, terrible lluvia. De esas noches invernales, húmedas. Me dolían los huesos y las articulaciones de, como sabe, los huesos que me rompí a lo largo de mis 24 años. Al 60 lo había esperado 45 minutos ese domingo. Reloj no uso, pero debían ser las tres de la mañana cuando le pedí 80 centavos a ese hincha de independiente.

Por que será que son todos hombres los que viajan de noche en colectivo? Caminé por la pasarela hasta la última fila de asientos. Me senté a la derecha, al lado de la ventana. Me acuerdo que se largó justo y me acuerdo de ver a un pibe corriendo cruzando la avenida. Esas corridas que son simpáticas, que generan una de esas muecas de malicia. Yo estoy acá, bajo techo y vos no. Mojate.

Me perdí, puse off y me acuerdo de bajar una parada antes de lo que me correspondía. Caminé bajo la lluvia, sabía que no tenía nada que perder. Me sobraban veinte centavos y no tenía más que eso. Volví empapada porque había salido sin campera impermeable. Fueron como siete cuadras sin ipod, sin mp3, mp4, diskman, auriculares. Nada. Yo y ella, mucho más protagonista que yo.

No tenía nada, y nada me preocupó menos. Una noche capaz de cualquier cosa, capaz de cualquier mentira, capaz de cualquier sueño, capaz de cualquier final. A veces esas noches te encuentran, y aveces no. Son como el cuaderno rojo. Pero cuando llegan, estense atentos.

Somos así, somos

Te dijé que Sí, suspiró ella. Él respiró aliviado.

lunes, 19 de julio de 2010

Mi destino es andar

"Y así empezó a girar la vieja rueda - símbolo de la vida - la rueda que se atasca como sino volara, entre una y otra generación, en un abrir de ojo brillantes y un cerrar de ojos opacos, con un imperceptible sonido..." Julio Ortega (Casma, Perú, 1942)

Como dice Flori, mi amiga, la rueda empezó a girar. Por fin. Cómo en los sueños, esta vez de veras, uno camina avanzando. Para algunos, para otros la rueda –no de la fortuna- gira pero al revés. Cómo te das cuenta, pregunto…

Esas mañanas, esos mediodías, esas tardes y noches que sabés que debiste haberte quedado. Qué salir era desafiar al destino, que ingenuamente aspiraste a pensar que ese día el que conquistaba las horas eras vos. Sos el capitán de tu alma, y preparado para el Apocalipsis, salís rumbo al más allá. De esos días-pesadillas tuve varios.

Y sí, les voy a contar. Salí de mi casa un frío día de julio, hará uno o dos años, a eso de las ocho rumbo al dentista. (tengo dos fobias, los dentistas y los peluqueros). Esa situación de inferioridad cuando te sentás en la camilla es terrible. Salí, en ayunas, alrededor de las 11 rumbo a Santa Fé y Agüero creo, a un centro de vacunación para hacerme un análisis de sangre y ver a qué seguía siendo inmune, teniendo en cuenta que pensaba partir a San José por tiempo indeterminado días después del episodio. Claro, siendo las 12 y aún en ayunas y con lo malcriada que soy que me da impresión todo, confieso que apenas llené la ficha ya me sentía mareada. Me hacen pasar, y para los entendidos, pedí camilla. A ver tus venas, nena. Ah, el brazo izquierdo está mejor. Buenas venas eh. La pulsaciones bajaban como la temperatura de NY en pleno enero. Ya no era Belén, era un zombie que miraba la pared blanca con instrucciones de salubridad. Después, se las debo. Recuerdo soñar profundamente, cómo si estuviese estrepitosamente cansada, en el peor de mis días. Plano medio de brazos, cuando abrí los ojos. 1, 5 o 30 minutos después. Mis lentes de contacto, bien gracias. Se le habrán salido del ojo cuando estaba inconsciente.

Gatorade, y media hora después salgo de la sanguijuelas, y me siento en un banquito de una plaza con un paquete de Lays y una Coca. Para terminar mi día, me caga una paloma en la cabeza. Dígame, señor –al que me miraba inquieto-, qué hice para merecer esto. No fue, obviamente, mi peor día, ni mucho menos. Sólo subrayo mi reacia inclinación a la predestinación de ciertos días.

Pero esa sensación, porque al fin y al cabo, es sólo eso, de que la rueda se mueve, es real? Está racionalizada? Que la rueda se mueve como molino con viento no es más que una buena sensación de que las cosas están saliendo como uno quiere. O por lo menos, están saliendo. Las palabras, los hechos, las relaciones, los no lugares y las coincidencias abandonaron el status quo y se revelaron. Quieren ser protagonistas de tu vida. Dejádlas.

viernes, 16 de julio de 2010

Charlas de café con leche

Buenas tardes señora… corrige, señorita, casi automáticamente. Qué desea hoy? Un café con leche doble, más café que leche. Espera a alguien? No, caballero. Tenía ganas de un café.

Había entrado de casualidad a ese café cerca de avenida de mayo. Frío era poco. Me acordé de aquella vez que se me salió el hombro esquiando, de otro sinsentido cuando me quebré la mano izquierda cuando volé en un barco y estuve 15 días sin saber que tenía quebrado y desviado el metacarpo. Maldita humedad porteña.

Si, gracias. Por donde pueda. Si sabré que el tiempo es subjetivo. No me vengan con empirismos. Esos segundos que duran diferente en situaciones diversas. Vamos. Que sí, les digo. Esos segundos antes de largar una carrera. Ese segundo tan lento cuando te topas con otros ojos por la calle. El segundo antes de entregar un examen que sentís que hasta ese momento tenés el control. El segundo descontrolado que quisieras congelar antes de cortar por teléfono. El segundo en una sala de espera del hospital. El segundo después de comprar algo con tus ahorros. De subirte al avión. De firmar un contrato. De probar una comida. El segundo teñido de rosa. De quedarte dormido. De soñar con vos. El segundo antes de acordarte, de arrepentirte. El segundo después.

Me acurruqué la bufanda naranja alrededor del cuello. El tire y el empuje que siempre me equivoco. El mozo se ríe. Yo también.

viernes, 9 de julio de 2010

Receta para –no-enamorarse

Juliet: O Romeo, Romeo, wherefore art thou Romeo? Deny thy father and refuse thy name, or if thou wilt not, be but sworn my love, and I'll no longer be a Capulet.


Compre un pasaje en tren, el que salga a primera hora, no importa dónde. Mezcle la incertidumbre con tres gotas de lágrimas del último amor. Derrita dos yemas de nostalgia y agregue tres dedos de indiferencia. Bata tres shots de tequila a velocidad media, vierta un cuarto de noche y añade 450 horas de vida nocturna. Tire la inconsistencia en un molde de automentiras y cocine la lógica hasta hacerla incomprensible a fuego lento. Espere 19 días y 500 noches. Cuando huela el desespero, saquelo del horno y dejelo reposar por varias lunas. Agregue chocolate a gusto.

jueves, 8 de julio de 2010

El sentido del sinsentido

Esa diferencia clave entre ser turista y ser viajero. Esa misma que existe entre los uruguayos y los argentinos, entre las mediaslunas y los vigilantes. Esa diferencia es clave para entender los detalles, los sutiles detalles de la vida cotidiana de los habitantes de esta ciudad de Buenos Aires.

Anoche soñé con dos calles de Nueva York. Era un sueño en blanco y negro, con luces de fondo borroso, y yo caminaba con tacos negros por una vereda no tan angosta. No se si estaba perdida o buscaba escaparme. Respiraba esa lluvia finita, incómoda y helada. Pero bien podrían ser calles de Bogotá, o Buenos Aires o París mismo. Cómo sabía yo que era NY? No sé, eso mismo me pregunto ahora. Lo sentís. No se explica sino.

La locura es como la mentira, en el sentido de que toda mentira tiene algo de verdad? En el sentido de que los locos, como los borrachos, no mienten? Chesterton dijo alguna vez que “loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha perdido todo, todo, menos la razón”. Pero que sería la vida sin las locuras, sin los vicios, sin las musas, sin las noches oscuras, sin los sueños de dos calles…

Tenía tacos ayer cuando volvía de cenar con unos amigos. Caminaba por alguna calle de Buenos Aires cuando vi luz y paré a comprar chicles. Un setentón adelante mío me mira sin mirarme, y le pregunta al desvelado kiosquero cómo había salido Uruguay. Responde “ta, ta, gracias”. No hacía falta más, había perdido su equipo. Se prende un Camel –canchero- pide permiso y camina hacia el lado de La Boca por Libertador. Sigo media cuadra más cuando me cruzo con una pareja homosexual, el de veinti largos me mira fijo y sin drama alguno, me fusila un ‘sos muy linda, pero votá a favor de la ley de matrimonio homosexual’. Yo no sé.

De fondo suena Océano FM, la radio uruguaya. Hablaba con mi amigo de Montevideo sobre el gol de Holanda. Afuera hacen 9 grados y la temperatura baja como bomba de MacGyver esperando a ser desconectada. Bizarras las noches porteñas. Locura con fernet. Salud.

lunes, 5 de julio de 2010

Y vos el mío

«Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire. El que agradece que en la tierra haya música. El que descubre con placer una etimología. Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez. El ceramista que premedita un color y una forma. Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada. Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto. El que acaricia a un animal dormido. El que justifica o quiere justificar el mal que le han hecho. El que agradece que en la tierra haya Stevenson. El que prefiere que los otros tengan razón. Estas personas, que se ignoran, están salvando el mundo». J. L. Borges

jueves, 1 de julio de 2010

Mi alma por un día con vos, nostalgia del último piropo

-Pero vos querida, haceme caso, conseguite uno así que la tenga clara. No como yo. Lo mío salió bien de casualidad. Yo era una jovencita. Unos 17 años tenía cuando me casé. Eran otros tiempo, lo sé, pero querida, vos… Ya tenes 24 años. Edad perfecta. Sí dale, cebá vos que ya estoy cansada. Esto es así, es otro tiempo, pero no mejor eh. Antes, los hombres se desvivían por ver quién era más caballero. Eran otros los modales. Sí… bien me acuerdo de aquellos bailes. Porque fue allí dónde lo conocí a él. Era el más lindo de la fiesta, y nunca lo perdoné, bailó con esa Carolina antes que conmigo. Pero bueno, vos lo tendrías que haber visto, con ese traje que usaba. Sí, traje, impecable. Era tan buen mozo. Y claro, ahora a los hombres les es todo más fácil. Esto de Internet, ja, bien hubiesen querido tener “eso”. Antes, claro antes todo era más difícil. Te tenían que atrapar cuándo te veían, por la calle, por la verdulería o en las fiestas. Sino, a esperar el próximo evento. Y sí, yo no te miento, a mi los hombres se daban vuelta a mirarme. Y, cada piropo me decían, los que se animaban, a los otros que me miraban, siempre les decía lo mismo: le debo algo, caballero?