lunes, 3 de octubre de 2011

como la arena, el tiempo es infinito

En un vaso de wisky me habían servido una medida de cointreau. Lo pedí con un poco de hielo mientras me sentaba en una de esas banquetas altas de madera. Tenía tacos, pero no me di cuenta. Me habló justo cuando me comentaba algo de los trabajos nacionales con alguna ley de protección de importados. Me describió lo que pasó y me acordé del licor destilado que preparamos en la clase de química de primer año. Fue la primera vez que tomé alcohol. Me preguntó que si me gustaba... Asentí, pero me pareció muy dulce y con gusto a anís (que tres años después de esa clase iba a sobresaturarme).
El alcohol te pone filosófica, Bel. No, el alcohol me hace acordar los mejores episodios de mi conciente. Y eso me hace feliz... y ahí, por reconquista, concluí que la felicidad total no existe. Uno vive efímeros momentos de alegría que sin querer los llama felicidad. Justo hoy que anoche soñé con un ex y que perdí las llaves en la gira a Concepción (o antes, quién sabe).
Y apostamos, con aquel, que con una sonrisa se puede conquistar al mundo. Como hoy en la esquina cuando vemos a alguien o esperamos antes de verlo. Como el cuento del amor de Ulrica, de Borges.
fue entonces cuando la miré. una línea de William blake habla de muchachas de sueve plata o de furioso oro, pero en ulrica estaban el oro y la suavidad. (...) sonreía facilmente y la sonrisa parecía alejarla.

0 comentarios: