martes, 6 de diciembre de 2011

... Velez

ANTÍGONA — (Como negándose a un recuerdo) En una noche se puedo olvidar todo. Esto es lo que trae de malo andar sola por ahí, cavando tierra en la oscuridad.
LISANDRO — ¡No podrías olvidarlo! Fue aquella mañana. Yo tenía quince años y domaba mi primer potro.
ANTÍGONA — Sí. Sí. ¿No era un doradillo?
LISANDRO — ¡Un doradillo era! ¡Una luz, Antígona!
ANTÍGONA — (Con un asomo de sonrisa) Y estabas pálido.
LISANDRO — ¡Yo no! La que se había puesto pálida era una muchachita.
ANTÍGONA — ¿Dónde?
LISANDRO — Junto al corral grande.
ANTÍGONA — (Tentándolo) ¿Quién era?
LISANDRO — ¡Tenía tus ojos y tu boca!
ANTÍGONA — (Ríe) ¡Y estabas pálido frente al doradillo!
LISANDRO — (Vuelve a protestar) ¡Antígona! (Ríe de pronto) No, esa pelea fue más tarde, allá, en el aljibe. Ya sé que no lo has olvidado. Era mi primer potro: querían ellos que lo domara con espuelas. Y me negué: yo tenía quince años.
ANTÍGONA — ¡Y tiraste las espuelas! Cayeron a mis pies. Hubo una gran risa de hombres junto al palenque.
LISANDRO — Antígona, cuando subí al doradillo y los hombres lo soltaron, la tierra me pareció chica. El animal se arremolinaba de un lado a otro: las caras empezaron a dar vueltas, ¡y yo sólo veía una! Cuando el potro se metió a corcovear, saltaban en el aire hombres y cosas; pero yo sólo veía una cara y un miedo, junto al corral grande. Por fin se me rindió el doradillo, y entonces comenzó a volar por la llanura, sordo y ciego. Y yo enhorquetado con él, vi cómo el horizonte se me venía encima, y tiré de las riendas. Pero algo tironeó más fuerte, y eran dos ojos que yo había dejado a mis espaldas, en el corral grande. Aquellos ojos lagrimeaban, ¡y eran los tuyos, Antígona!
ANTÍGONA — Sí, lagrimeaban por otro hermano que salía recién de su primer combate.
LISANDRO — ¡No, Antígona! El que subió al potro era un niño: el que bajó ya era un hombre. Y aquel hombre no era tu hermano. (Antígona baja la frente) Y la que me siguió con los ojos empezó a llorar como una niña y terminó llorando como una mujer. Y supo entonces que ya no era mi hermana.
ANTÍGONA — ¡Eso no! ¡Eso no!
LISANDRO — Estabas demasiado seria cuando me abrazaste. Yo volvía desecho y alegre, con el olor del potro en las manos, en la boca, en el pelo. Y me abrazaste, y supe que ya no eras mi hermana, sino algo que duele más.
ANTÍGONA — ¡Lisandro!
LISANDRO — Y también lo supiste, Antígona, cuando lavaste mis dedos heridos en las riendas, y me los besaste llorando.
ANTÍGONA — ¡Tenían el sabor de tu sangre!
LISANDRO — Yo te besé los ojos, y tenían el sabor de tus lágrimas.
ANTÍGONA — Entonces nos miramos como si recién nos conociéramos.
LISANDRO Nos conocíamos recién.
ANTÍGONA — ¡En tu sangre!
LISANDRO — ¡Y en tus lágrimas!
ANTÍGONA — ¡Pobre amor nacido en una cuna tan triste!
LISANDRO — ¡No era pobre, Antígona!
ANTÍGONA — Si no lo fue, ¿por qué sentimos luego tanta vergüenza?
LISANDRO — ¿Vergüenza?
ANTÍGONA — Como si nos hubieran desnudado a tirones, allá, en el aljibe. ¡Y con tanto sol arriba!
LISANDRO — Estábamos frente a frente.
ANTÍGONA — Pero tus ojos y los míos ya no se buscaban.
LISANDRO — Y entonces hablaste, la primera
ANTÍGONA — ¡Tenía que hablar!
LISANDRO — ¿Por qué?
ANTÍGONA — Porque nuestros ojos andaban con miedo.
LISANDRO — ¿Y qué me dijiste?
ANTÍGONA — Que habías palidecido junto al potro.
LISANDRO — ¡Era mentira!
ANTÍGONA — ¿Quién lo niega? Pero algo había que decir y pelear.
LISANDRO — ¿Una guerra?
ANTÍGONA — Sí, para disimular aquella otra que no se animaban a pelear nuestros ojos.
LISANDRO — (La mira como iluminado) ¡Mujer!
ANTÍGONA — (sencillamente) Eso.
LISANDRO — Y me dijiste que tuve miedo junto al doradillo.
ANTÍGONA — ¡Y te pusiste furioso!
LISANDRO — Entonces comenzaste a reír, y me dolió.
ANTÍGONA — Yo buscaba una guerra.
LISANDRO — ¿La de los labios o la otra?
ANTÍGONA — ¡Era la misma!
LISANDRO — Y te fuiste riendo.
ANTÍGONA — ¡Para que me siguieras!
LISANDRO — Te alcancé junto a los álamos, y te sacudí por los hombros, y ya no reías.
ANTÍGONA — Y como estábamos en guerra, me abrazaste. ¡El sol estaba arriba como loco!
LISANDRO — ¡Y te besé!
(Corto silencio, durante el cual ambos parecen abstraídos en sus recuerdos. De pronto, Antígona clava sus ojos en Lisandro y le dice, con una sonrisa de guerra:)
ANTÍGONA — ¡Sí, estabas pálido frente al doradillo!
LISANDRO — (Con pueril indignación) ¡Antígona! (De pronto entiende y acepta el desafío. Se abrazan apasionadamente.)
ANTÍGONA — (Se deshace del abrazo, con tierna suavidad) ¡Lisandro, pudo ser!
LISANDRO — (La toma de las manos) ¡Y será, corazón!
ANTÍGONA — ¡No será! Pudo ser, y ya es mucho.

2 comentarios:

fede dijo...

que lindo cuando releer trae recuerdos!

Belen Oda Marty dijo...

=)
yo la leí en el 2004 y me vino un dejavu con una escena de esta obra.