Me dijeron que los recuerdos no tienen google.
Iba a escribir sobre el polo audiovisual, la nueva ley aprobada para la Ciudad de Buenos Aires. Pero me aburría y es un poco más de lo mismo. Deberían -ay! deberían!-, reducir los impuestos a todo "polo" o polo-to-be para que puedan desarrollarse, crecer y emplear a más argentinos. Que sea toda la ciudad un polo industrial. Y se me vino a la cabeza la palabra discriminación.
En su más común de las connotaciones, el negativo. Y pensé de más, hoy que me volvía caminando por Carlos Pellegrini y pasé cerca del restorán donde trabajaba. Recuerdo que en algún momento estaban buscando personal para el mediodía y habían puesto algún aviso en algún lado -recuerdo en reserva- que buscaban solamente gente joven y linda. Sí, linda. Que no les falten los dientes, bien aliñados, prolijos, con las uñas cortadas y un par de sanateces más. Que habían llamado para quejarse y accionar de alguna manera porque consideraban que eso era discriminación. Sí, totalmente, lo es.
Un restorán privado, con capital privado, sin recibir subsidio alguno, puede elegir libremente y sin tapujos a quién contratar? Hace falta una ley que regule a quién puede empelarse o dejar de hacerlo? Esta persona se había indignado porque, estimo, no calificaba para poder trabajar allí. Que lo haga un privado, que puede - o debería poder- empelar a quién más le de la gana, servir a quién le guste -o genere mas rédito, o lo que sea- o realizar la actividad que más le plazca no debería incumbir a nadie más que a quien le interese participar. Pero que lo haga el gobierno, subido al escalón de campeón con los impuestos de todos nosotros, sin darnos el lujo de elegir... no corresponde. Y aún así lo hace, y la gente lo aplaude.
Les dejo un video en el cual John Stossel defiende a Ron Paul el derecho de los propietarios de los restoranes a ser racistas (no es el ejemplo más feliz, pero la consistencia es absoluta).
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