Era una noche como la de anoche, terrible lluvia. De esas noches invernales, húmedas. Me dolían los huesos y las articulaciones de, como sabe, los huesos que me rompí a lo largo de mis 24 años. Al 60 lo había esperado 45 minutos ese domingo. Reloj no uso, pero debían ser las tres de la mañana cuando le pedí 80 centavos a ese hincha de independiente.
Por que será que son todos hombres los que viajan de noche en colectivo? Caminé por la pasarela hasta la última fila de asientos. Me senté a la derecha, al lado de la ventana. Me acuerdo que se largó justo y me acuerdo de ver a un pibe corriendo cruzando la avenida. Esas corridas que son simpáticas, que generan una de esas muecas de malicia. Yo estoy acá, bajo techo y vos no. Mojate.
Me perdí, puse off y me acuerdo de bajar una parada antes de lo que me correspondía. Caminé bajo la lluvia, sabía que no tenía nada que perder. Me sobraban veinte centavos y no tenía más que eso. Volví empapada porque había salido sin campera impermeable. Fueron como siete cuadras sin ipod, sin mp3, mp4, diskman, auriculares. Nada. Yo y ella, mucho más protagonista que yo.
No tenía nada, y nada me preocupó menos. Una noche capaz de cualquier cosa, capaz de cualquier mentira, capaz de cualquier sueño, capaz de cualquier final. A veces esas noches te encuentran, y aveces no. Son como el cuaderno rojo. Pero cuando llegan, estense atentos.
viernes, 30 de julio de 2010
de antaño
Publicado por Belen Oda Marty en 19:07
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2 comentarios:
anda muy críptica usted últimamente con sus posts...
jajaaj sí, no se bien por qué.
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