Miré a mi alrededor doblando la cabeza hacia la izquierda. Todavía faltaban cinco minutos. Había cerrado el departamento con doble llave, por las dudas, bien de manual. Vívia en el segundo piso de un departamento nuevo sobre un boulevard a un par de kilometros de la casa de una de las princesas. Estaba en Amán.
Hacían unos 20 grados empezando octubre. Había bajado rápido por las escaleras porque tengo cierta aprensión a los ascensores hermeticos. Prefiero los viejos de tijera, viejas mañas que le quedan a uno y por dos pisos no iba a improvisar en aventuras. Todavía se podía oler el viejo olor a construcción, a cables mojados y tirados, escombros en un rincón y hasta un telefono verde a pulso. Me acuerdo porque sonreí, tengo uno igual pero rojo. Con ese hablo con Clarín.
Me buscó cuatro autos azules después de que bajé. O cinco. Lo suyo no era puntualidad alemana, pero me dijo algo en arabe que nunca llegue a entender, sonrió, cerré la puerta y avanzamos hasta el primer semáforo. Shorts de jean, remera con bikini abajo. Bolso de playa.
Hacía muchisimo tiempo que alguien no me miraba así. A tal punto que me miré a ver si no habia salido con las pantuflas puestas (me ha pasado). Esa mirada de sorpresa, de atención previa a una semifinal por penales. Bajé la ventana para escaparme de ese aroma de limón de lavadero de auto barato. Tenía sed. Y mucha. Aproveche la musica para mirar al costado, un hombre acarreaba unas 23 cabritas por el costado de la avenida del barrio universitario. Sonrei de nuevo, debe ser Moises. Creo que salió el tema del ateismo. De porque tengo un tatuaje y mi amor por la idea de la independencia y la soledad de la rutina de vivir sola. Paramos dos semáforos después. Lo miraba, era tan pero tan lindo.
Me corre la cara y me dice que los de al lado me estaban mirando las piernas. Y si, amigo, pasa. Los hombres miran siempre. Pero me miraban como si no hubiesen visto unas piernas destapadas jamas en su vida. Los jordanos tendrian unos 30. Casi se baja a matarlos cuando cambió la luz. Dos minutos más cerca del mar muerto le pedí parar a comprar una coca en la estación de servicio.
Ashara, shukran. Algo asi como que le cargue 10 dinares (12 euros) al tanque. Quise bajar a comprar mi gaseosa, pero no hubo manera de disuadirlo. Bajar en shorts camino a la playa era como salir desnuda al central park en pleno febrero. No hubo caso. me quede en el auto incapaz de bajar así vestida.
Primera y última experiencia en shorts. Hola bufanda. Pero ese es otro capítulo.
Hacían unos 20 grados empezando octubre. Había bajado rápido por las escaleras porque tengo cierta aprensión a los ascensores hermeticos. Prefiero los viejos de tijera, viejas mañas que le quedan a uno y por dos pisos no iba a improvisar en aventuras. Todavía se podía oler el viejo olor a construcción, a cables mojados y tirados, escombros en un rincón y hasta un telefono verde a pulso. Me acuerdo porque sonreí, tengo uno igual pero rojo. Con ese hablo con Clarín.
Me buscó cuatro autos azules después de que bajé. O cinco. Lo suyo no era puntualidad alemana, pero me dijo algo en arabe que nunca llegue a entender, sonrió, cerré la puerta y avanzamos hasta el primer semáforo. Shorts de jean, remera con bikini abajo. Bolso de playa.
Hacía muchisimo tiempo que alguien no me miraba así. A tal punto que me miré a ver si no habia salido con las pantuflas puestas (me ha pasado). Esa mirada de sorpresa, de atención previa a una semifinal por penales. Bajé la ventana para escaparme de ese aroma de limón de lavadero de auto barato. Tenía sed. Y mucha. Aproveche la musica para mirar al costado, un hombre acarreaba unas 23 cabritas por el costado de la avenida del barrio universitario. Sonrei de nuevo, debe ser Moises. Creo que salió el tema del ateismo. De porque tengo un tatuaje y mi amor por la idea de la independencia y la soledad de la rutina de vivir sola. Paramos dos semáforos después. Lo miraba, era tan pero tan lindo.
Me corre la cara y me dice que los de al lado me estaban mirando las piernas. Y si, amigo, pasa. Los hombres miran siempre. Pero me miraban como si no hubiesen visto unas piernas destapadas jamas en su vida. Los jordanos tendrian unos 30. Casi se baja a matarlos cuando cambió la luz. Dos minutos más cerca del mar muerto le pedí parar a comprar una coca en la estación de servicio.
Ashara, shukran. Algo asi como que le cargue 10 dinares (12 euros) al tanque. Quise bajar a comprar mi gaseosa, pero no hubo manera de disuadirlo. Bajar en shorts camino a la playa era como salir desnuda al central park en pleno febrero. No hubo caso. me quede en el auto incapaz de bajar así vestida.
Primera y última experiencia en shorts. Hola bufanda. Pero ese es otro capítulo.
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