Silvio Rodriguez
Momentos efímeros. Bizarros. Histéricos. Que queden en la memoria o pasen a ser historia depende de cada uno. No todos los años se tienen la posibilidad de cumplir años (y navidad, año nuevo, reyes y semana santa en mi caso también) en una de las ciudades más vivas del mundo. Súmenme un punto por anécdota original.
I need passport. We Orly have Argentinean ID. No. Ok. No hubo excepciones ni caso, no pudimos entrar al bar que tanto me habian recomendado porque no portabamos la documentación requerida. Uno nunca deja de entrar en este país. Después de las diez entrevistas, cuarenta scanners metálicos, y dos fotos vas a seguir necesitando tu documento que acredite identidad hasta para entrar al baño de un bar. Una frozen margarita (trago que nunca pude superar), dos Dos Equis, una Negra Modelo y un par de coca lights (para los menores) nos esperaban cruzando la calle.
Una aspirina, y un café negro me dijeron buen día el viernes 28. Quiero ir a cuba, le dije a Agos mientras entrábamos a mi bar de los domingos para saludar a Ana, mi amiga uruguaya. No te puedo creer que te vas en menos de 15 días. Le dije, venite, pero no hubo respuesta. Insistí, volvé. Apenas frunció el seño y me dibujó una ilusión, “te va a ir bien, vos disfrutas la vida, y seguí viajando”. Tan obvia soy? Y si está en mi naturaleza viajar? No, no creo que el destino. Ya te dije que no creo en eso. No me molestes.
Webster Hall es el boliche en donde terminamos el viernes a la noche. Si me comprenden, se parece a Genux en Bariloche. Tiene cinco pisos, cada uno con música dispar, y en el piso principal conviven las tres grandes minorías de Nueva York: latinos, negros e indios. Rubios, vi sólo con el que hablé toda la noche. Rubio de rusia. Antes de eso, me dedique a tomarme un sex on the Beach y mirar el wild on que acontencía en la tarima. Al mejor estilo de Hollywood, la pareja de al lado tenía sexo con ropa. El chamuyo, al que me mal acostumbraron, no existe. Es todo o nada.
El chiste que empezó a las 23 terminó a las 3.30 am cuando prendieron las luces. Nada de afters, hicimos tiempo por ahí hasta las 6.20 cuando ya era de día y salía el primer tren upstate. Ese silencio que dice mucho y esa sonrisa que dice más. Al otro día, la acompañé a Agos al JFK y me volví en el subte, bus, subte, subte y tren. Me compré una cupcake de chocolate e imprimí el ticket para Miami.
Mañana me voy para Filadelfia y vuelvo solo a NY para tomarme el avión de vuelta. No me arrepiento de nada que hice ni nada que no hice. Dejo la ciudad, más triste que feliz, pero siempre es mejor lo desconocido que lo conocido. Lo oscuro que lo claro. Es el misterio lo que no abunda.