sábado, 29 de octubre de 2011

Agente 99

Vivir en Buenos Aires casi la mayor parte de mi vida me ha hecho -casi- perder por completo la capacidad de asombro. Como el cuento del sapo y el agua calentandose gradualmente, siento que la sociedad ha caído en la misma cacerola que años atrás usaba para manifestarse. En los últimos días, dos cosas lograron esa meta.

Una fue haberme enterado que el correo nortamericano hace muchos años puso como primer latioamericana en una estampilla a Frida Kahlo, comunista stalinista amante de Trosky. La segunda, un poco menos asombrada, que la diputada del Pro Paula María Bertol sigue defendiendo una ley atroz y retrógrada (ley 24.012) para "lograr la integración efectiva de las mujeres en la actividad política".

Pero observemos que las dichosas cuotas de “representación” no sólo se aplican a las minorías raciales. Se presenta idénticas exigencias con relación a una mayoría social: las mujeres. Se piden diversas cuotas por edad (jóvenes, ancianos) y por motivos económicos (pobres). Observemos el común denominador de estos grupos: la base de tales agrupaciones de individuos y, por ende, de las cuotas que se reclama, no es intelectual sino meramente física. Es la clase de doctrina que recomforta emocional y subconscientemente a los intelectuales de hoy día, y particularmente a los académicos, aunque pocos de ellos sean realmente conscientes de las consecuencias.
Ayn Rand


No me representan más o mejor por el sólo hecho de ser mujer. Así como no deberían utilizar la coherción de la ley y por tanto de la fuerza para construir un atajo hacia los cargos políticos, no deberían hablar por mi. Yo no me siento representada por esta diputada, ni por ninguna otra en estas últimas elecciones. Le ruego, doctora, que deje de manifestarse por mí y por mis necesidades que, puedo decirle, difieren muchísimo de lo que ud. cree que son. Es injusto para aquellos hombes que están más capacitados o le generarían más votos a su partido si no fuera por la obligación de presentar candidatas mujeres. Si no hay, no hay. Así como, lo demuestra la realidad, hay menos mujeres que hombres en carreras de física, ingenierías, química, etc, de la misma manera hay menos mujeres en la política. El derecho de presentar solamente candidatos hombres debería existir hasta el extremo de crear un partido solamente masculino y que las mujeres tengan el acceso denegado. Ahí radica la libertad.


Twirl, cuya inteligencia era lúcida, observó que el Congreso presuponía un problema de índole filosófica. Planear una asamblea que representara a todos los hombres era como fijar el número exacto de los arquetipos platónicos, enigma que ha atareado durante siglos la perplejidad de los pensadores. Sugirió que, sin ir más lejos, don Alejandro Glencoe podía representar a los hacendados, pero también a los orientales y también a los grandes precursores y también a los hombres de barba roja y a los que están sentados en un sillón. Nora Erjford era noruega. ¿Representaría a las secretarias, a las noruegas o simplemente a todas las mujeres hermosas?
El Congreso, Borges.

Este determinismo roza lo ridículo, genialmente expresado en el cuento de Borges. Adhiero al comunicado expresado por las mujeres del Partido Liberal Libertario cuestionando esta norma. Creo en la igualdad ante la ley y en las capacidades políticas de grandes mujeres que hoy pelean por un lugar en la política actual. No con fusiles, sino con argumentos sólidos, oratoria, y experiencia. Y, por que no, con un poco de rouge...

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